
Sin importar dónde estamos o qué estamos haciendo, representamos algo más grande que a nosotros mismos.
En el trabajo o en nuestro tiempo libre, no podemos olvidar que hay una esencia que las personas perciben de nosotros. Muchos estudiantes me cuentan que esto funciona a su favor, pero también algunas veces va en su contra. Les funciona cuando sus amigos, familia y compañeros de trabajo les preguntan en qué andan, por qué parecen estar tan felices últimamente; contentos; realizados. Estos estudiantes entienden entonces que la mejor forma de inspirar a alguien a iniciar un camino espiritual es mostrándoles cómo caminarlo, por medio del ejemplo.
Pero esto es una espada de doble filo. Cuando nos disgustamos, nos volvemos reactivos o defensivos, la gente me cuenta que sus amigos, su familia y sus compañeros de trabajo les preguntan: “¿Es esto lo que te enseñan?”, o les dicen: “No estás siendo muy espiritual ahora mismo”.
Debemos saber que somos embajadores. Ya sea el Hilo Rojo lo que te delata, o ser conocido en tus círculos privados como una persona que tiene respuestas y es conocedora de una sabiduría más elevada, siempre serás el centro de atención. Siempre hay alguien vigilando y, desafortunadamente, juzgándonos al resto según tú te comportes, aun cuando pienses que no hay nadie mirando.
Pero el lado positivo de todo esto es que llegamos a todos los lugares. Podemos, y lo hacemos, representar a aquellos que llevamos el camino del amor, Somos mensajeros de la sabiduría del amor hagamos lo que hagamos, ya sea que estemos en el cine, o en una meditación profunda, o batallando con un vendedor enojado. Como embajadores de esta sabiduría, la representamos y debemos actuar consecuentemen
Date cuenta de cómo te ven los demás y cómo, con un pequeño cambio, puedes dar un giro a una situación e inspirar a otros a seguir tu ejemplo. No bajes tu guardia. El mundo nos siente a nosotros y a lo que estamos ejemplificando.
Me encantaría escuchar sus historias y experiencias; así que, por favor, no dejen de enviarme correos electrónicos.
Todo lo mejor,
Yehudá