¿qué es eso de Dios? ¿Qué es esta vida? ¿Por qué estoy aquí? ¿Cuál es el sentido de nacer solo para tener que morir? ¿Para qué vine? ¿De qué se trata todo esto?
Si no hay nadie que pueda darme respuestas, entonces tendré que prestar atención y empezar a vivir lo que se presente.
¿Sabes qué es lo que quiero? No, no lo sé.
Todo lo que quiero nada más es saber. Quiero cumplir algo para lo que vine. Quiero hacer lo que vine a hacer. ¿Y qué es eso? La verdad es que no lo sé. Lo buscaré.
Hijo, empaca tus cosas, haz tu maleta, nos vamos a Tampa, Florida. Vamos a buscar una casa, vamos a buscar un negocio y nos vamos a vivir allá."
Una vez allí, estuvimos trabajando con un amigo mexicano casado con una cubana en una gasolinera, poniendo gasolina y aprendiendo inglés, ya que no sabía nada de ese idioma.
Un día, recibí una carta del gobierno de los Estados Unidos, del ejército, pidiéndome que me alistara para la guerra de Vietnam.
Ese día, Felipe me llevó a una celebración de santería. La esposa de Felipe, la cubana, era santera, y en la celebración, que era como una reunión de un montón de gente en una casa, había un señor que era el santo. Era un viejito que andaba por ahí, y todos querían que viniera el santo. Para eso, pusieron música africana de tambores y, de repente, el viejito se cayó al suelo y comenzó a tener un ataque, pero solo fue un momento. De pronto, se levantó y se comportaba como un muchacho, su voz cambió y le trajeron unos puros y una botella de caña.
Todo el mundo quería hablar con él, y cuando ya había hablado con casi todos, se volvió hacia mí y me dijo: "Juanito, ven acá". Me abrazó y me dijo: "No te preocupes, tú no vas a ir a la guerra de Vietnam. Te vas a ir al norte, a un lugar cerca del mar y muy hermoso, un pueblito".
Me mandó a que me hicieran una limpia con plumas y con hierbas, y me escupieron alcohol, pasaron las ramas por todos lados y había mucho humo de incienso. Había un altar con un montón de santos y después oraron. Luego hicieron un paquetito con todo lo que dicen que me quitaron del cuerpo, lo que me dejó "limpiecito". Me dijeron que eso lo enterrara en algún lugar lejos, pero que nadie lo agarrara y lo viera, que se instalaran todas las energías negativas mías.
Luego, estando en casa, llegó un sacerdote, el jefe de los misioneros de Maryknoll de Guatemala, el padre John Breen. Me vio y me preguntó qué me pasaba, por qué estaba así. Le dije: "Es que me llegó una carta del ejército para alistarme para la guerra de Vietnam". Él me dijo: "Olvídalo, mañana mismo mando una carta y les digo que tú eres mío. ¿Quieres participar conmigo en las misiones de Guatemala?" Yo le dije: "Sí, claro, pero antes te voy a mandar a estudiar". Fue así como, me mando a Antigonish, canada, a la universidad san Francis Javier , por un año, a un lugarcito cerca del mar, muy hermoso, tal como me dijo el santo.
El padre John Breen era como mi papá. Él sabía que yo no soy católico, que había renunciado al catolicismo cuando sali del seminario, y sabía que el obispo había dicho que yo estaba excomulgado, y aún así me llevó con él.
El Padre John Breen, llego a Merida cuando comensaba, no sabia español, mi mama le enseño el español, hiba a mi casa y le enseñaba, en esa epoca yo tendria 1 o 2 años asi que mientras aprendia me cargaba y cuidaba, por eso me tenia un cariño especial como de hijo
Cuando estábamos en Guatemala, en muchas ocasiones me pedía que le ayudara en la misa. Me daba un montón de hostias y también me daba un poco de vino. Él sabía que yo solo lo veía como pan y vino, pero para él era el cuerpo y la sangre de Cristo. Aun así, el padre John Breen aceptó cómo yo pensaba y me trataba como a un hijo.
Trabajando en Guatemala, conocí a Aimé, y después de un tiempo, acabamos casándonos. Pero dos o tres años después, vimos que yo era estéril y ella quería tener hijos propios, Así que el padre John Breen, que nos casó, pidió al Vaticano una anulación del matrimonio, y el Papa dio la anulación. Así que nos divorciamos del matrimonio religioso católico, lo que se supone que no se puede hacer.
Es curioso, recuerdo muchas de las cosas que hacía en Guatemala, aunque algunas están borrosas.
Mi trabajo con los maryknoll era organizar cooperativas y Aimee era maestra ella enseñaba a leer y escribir a adultos en los pueblos, yo enseñaba sobre cooperativismo.
No tengo idea de lo que decía, pero sí recuerdo que las clases eran divertidas; contaba muchos chistes y siempre estábamos riendo. Al final de los cursos, organizábamos una fiesta. En alguna ocasión, me emborraché con todos los muchachos, tomando un licor local llamado "cusha", que era muy fuerte. Solo necesitabas tomar un poquito para emborracharte. (yo no lo sabia) sin embargo, una vez fuimos a un pueblo en la montaña, tardamos 10 horas, y nos llovio 3 veces, llegamos a las ocho de la noche, mojados y muertos de frio, el cura nos esperaba con una fogata para calentarnos y una botella de cusha, pues es medicina, la tomamos toda y nos dormimos, al dia siguiente estabamos muy bien
Uno de los tres años que viví en Guatemala los pasamos en la selva del Ixcán, entre las montañas de los Cuchumatanes, en la frontera con México. Es donde comienza el río Ixcán, que luego se convierte en el río Lacandon que luego se convierte en el Usumacinta, en Tabasco. En la selva, teníamos que viajar en avioneta con el Padre Brown, una persona maravillosa, a un lugar hermoso. Recuerdo una vez que la casa en la que nos alojábamos estaba a unos 15 minutos de un río de la meseta de un cerro donde teniamos nuestra casa y la pista de aterrizaje para nuestra avioneta, "Hilos de esperanza". Para llegar al río, teníamos que atravesar la selva. Cuando estás en las colinas, hay luz porque no hay árboles, pero una vez dentro de la selva, todo se oscurece y parece que estás en una cueva, rodeado de árboles. El camino de la casa al río duraba unos 15 minutos, y solíamos bañarnos en el río por las tardes. Sin embargo, era importante regresar antes de que bajara el sol, ya que el sendero se volvía oscuro y el camino difícil de ver.
En una ocasión, fui solo al río a bañarme y me di cuenta de que el sol estaba a punto de ponerse. Empecé a correr de vuelta a casa, pero en mi camino me encontré con un árbol que siempre había ignorado. De repente, una liana que colgaba del árbol se enredó alrededor de mí y no pude liberarme. Desesperado, empecé a pedirle al árbol que me dejara ir, prometiendo regresar al día siguiente. De repente, la liana se soltó y pude escapar. Al día siguiente, regresé al árbol y subí a explorarlo. Era un árbol impresionante, con troncos tan anchos que podías caminar sobre ellos como si fueran escaleras, y estaba cubierto de orquídeas de todos los tamaños.
En cuanto a la vivienda, construimos una casa americana utilizando madera. Cortamos árboles y cortabamos tablas para la casa. Teníamos electricidad con luces alimentadas por baterías, que cargábamos utilizando la avioneta.
Entre las Sombras de la Selva
Era un día cargado de promesas, cuando emprendimos nuestro vuelo desde la tranquila selva del campamento hacia la bulliciosa Ciudad de Guatemala. La tarde se deslizaba, apenas marcada por el tiempo, quizás las tres, o tal vez antes, el recuerdo se desvanece ante la urgencia del destino. La distancia se diluía en el vuelo, dos o tres horas entre la frondosa naturaleza y el bullicio citadino, pero primero, debíamos desafiar los imponentes Cuchumatanes.
La avioneta no podría alzarse sobre las altas crestas de las montañas, así que buscamos cañones, un pasaje entre las imponentes formaciones rocosas que se alzaban como guardianes del cielo. Encontramos nuestro camino, sorteando las barreras naturales con habilidad y precaución. La brisa acariciaba nuestras mejillas mientras avanzábamos, confiando en la destreza del piloto y en la fuerza de la máquina que nos llevaba.
Pero entonces, un cambio en el horizonte. Guatemala se oscurecía, engullida por una tempestad que amenazaba con devorarlo todo. El piloto tomó la decisión de dar media vuelta, sabiendo que no podríamos atravesar aquel manto de furia que se extendía ante nosotros. Sin embargo, la selva también se oscurecía a nuestro alrededor, la tormenta se acercaba desde el norte y el sur, dejándonos atrapados en su ira creciente.
En la penumbra que nos envolvía, el piloto reconoció la cruda realidad: estábamos rodeados por las montañas, sin llanuras a las que aferrarnos, sin visión clara de un futuro que parecía esfumarse ante nuestros ojos. La resignación y el miedo se abrieron paso entre nosotros, algunos comenzaron a llorar, otros a rezar, pero entre la desesperación, una voz se alzó con serenidad.
Mike, el experimentado piloto de Vietnam, y yo nos miramos. En aquellos ojos cansados por las vicisitudes de la guerra, encontré una calma inesperada. "Hoy es un buen día para morir", le respondí, sorprendido por la tranquilidad que había hallado en medio del caos. Era cierto, en ese momento, me sentía en paz, listo para enfrentar lo que fuera que el destino nos tuviera reservado.
La oscuridad se cerraba a nuestro alrededor, un abismo sin fin que nos preparaba para el golpe final. Pero entonces, como un destello de esperanza en la noche, las luces comenzaron a emerger bajo nosotros. Dos líneas brillantes cortaban la negrura, iluminando nuestras caras con un resplandor inesperado. Una pista de aterrizaje se extendía ante nosotros, un oasis de seguridad en medio del caos.
Descendimos con rapidez, guiados por aquellas luces salvadoras, hasta posarnos con suavidad en la pista. Al bajar, una multitud de soldados se agolpó a nuestro alrededor, rostros desconocidos iluminados por la alegría del rescate. Nos acogieron con calidez, compartiendo su comida y su hospitalidad, brindándonos refugio en medio de la tormenta.
Allí pasamos la noche, entre conversaciones profundas y risas nerviosas, unidos por el vínculo de la supervivencia compartida. Soldados y civiles, extranjeros y nativos, todos unidos por un momento de gracia en medio de la oscuridad. Y mientras la tormenta rugía fuera, encontramos un rayo de luz en la amistad inesperada que surgió entre nosotros, un recordatorio de que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay esperanza.
Recuerdo otro día en el que caminaba por la selva y encontré un camino lleno de hormigas negras grandes. Era como una carretera de doble vía, con hormigas yendo en direcciones opuestas. empece a seguir el camino para ver el nido y estaba tan consentrado que de pronto tuve un sentimiento de una presencia, levante la mirada y encintre frente a mi un toro que al verme se echo para atras de un brinco y yo hice lo mismo, eso me causo risa y empece a reir, el toro parecio reir tambien.
Entonces segui mi camino siguiendo la carretera de las hormigas
En una ocasion, sali a las 5 am para ir a un pueblo en el ixcan, ahi estaba organizando y ayudando a las cooperativas, olvide llevar agua, llego un momento en que necesitaba descanzar, caminaba y caminaba y no encontraba un lugar para sentarme,
seguia caminando y aparecio un lugar que era como una loma chiquita con pasto fino y una piedra, parecia un trono, una silla, sin pensarlo fui y me sente ahi!
que alivio, que rico, y ya viendo a mi alrededor, frente a mi, habia un arbol enorme seco, o por lo menos sin hojas, estaba observandolo y llegaron una pareja de tucanes, como el de la foto, se pararon en una rama frente a mi y me hicieron una reverencia ambos juntos, luego empezaron a cantar y "bailar" en todo el arbol, un hermoso show
regresaron a la rama frente a mi, se inclinaron y se fueron. Habran pasado 10 o 15 min, y me di cuenta que estaba totalmente descansado y segui mi camino